“Los que pasaban” es un texto de Paul Groussac, un literato de origen francés, que vivió en Tucumán durante doce años. El europeo llegó al “Jardín de la República” por un pedido de Nicolás Avellaneda, cuando fue ministro de Justicia e Instrucción Pública en la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868/1873). El exfuncionario nacional solicitó una reunión con el escritor europeo, tras leer un ensayo de este sobre la provincia. “No habíamos leído en nuestro idioma apreciaciones más finas y de un vuelo tan elevado”, reflexionó el periodista tiempo más tarde sobre el texto de Groussac. En ese texto, el francés contó detalles de esa reunión. No evitó referirse al aspecto físico del también expresidente, ni los avatares en su viaje al territorio tucumano.
Paul Groussac relató que llegó acompañado por Alfredo Cosson, exdirector del Colegio Nacional porteño, al despacho de Avellaneda. La autoridad de la prestigiosa institución educativa también era francés y ayudó al escritor en su instalación en el país. En su texto, el intelectual sostenía que la “baja estatura y endeblez física” del ministro tucumano daban una apariencia de “cansancio y falta de vigor” a su “delgada persona y andar inseguro (…)”. Sin embargo, destacó que esto se compensaba con “la vivaz y expresiva fisonomía, embellecida, a pesar de la cetrina palidez criolla y la profusa barba de corte asirio, por la noble frente pensadora, que ensanchaba un principio de calvicie, raleando la negra y ensortijada cabellera”(Groussac, 1919, p. 112).
Asimismo, resaltó “el brillo y extraordinaria agudeza de la mirada”. No perdió la oportunidad para referirse a la “pronunciación cadenciosa” o el “claqueo nasal” (Groussac, 1919, p. 113). Sobre el encuentro, Paul Groussac resaltó la sorpresa del ministro ante su edad. “Noté desde luego su sorpresa al verme tan joven y saber que su ‘autor’ no había cumplido los veintitrés años”, indicó el escritor francés en su libro. Tras esta situación, hablaron sobre la “moderna” literatura francesa. “(François-René) Chateaubriand, (Abel-François) Villemain, (Charles Augustin) Sainte-Beuve (que él pronunciaba ‘Santebébe)”, contó el propio escritor en su texto publicado en 1919. Luego de este “revoloteo” , así lo calificó el escritor, Avellaneda fue al grano: “Y usted, ¿qué piensa hacer?” (Groussac, 1919, p. 113).
Paul Groussac le confesó que preparaba su vuelta a Toulouse, donde nació en 1848. La respuesta no le gustó nada al exministro. Le habló de las bondades de Tucumán. “El admirable improvisador se arrojó a una descripción exuberante de la montaña y de la selva, sin que faltara aquello del ‘Jardín de la República’, dejándome embelesado cual si escuchara recitar en voz alta un capítulo de Atala (novela de Chateaubriand -1801-)”, narró el propio escritor de ese momento (Groussac, 1919, p. 113). Allí, el exfuncionario le realizó una oferta. Le propuso hacerse cargo de “dos cátedras poco absorbentes” en el Colegio Nacional tucumano. El literato agradeció la proposición de Avellaneda. Dijo que lo pensaría. Y se despidió con rapidez para no perderse una “primera cita en la Recoleta”.
El autor de “Los que pasaban” reconoció que Amadeo Jacques, amigo, lo convenció de que “aprovechara la coyuntura”. “En suma, bien mirado el asunto, no podía considerarse a mi edad, como perdido un año más así empleado” (Groussac, 1919, p. 114), recalcó Paul Groussac y añadió a los pocos renglones: “A los tres días salía el nombramiento que iba a torcer para siempre el curso de mi existencia”. La llegada a la provincia fue costosa para el escritor francés, pues sufrió la fiebre amarilla, una epidemia que azotaba al país por ese entonces. Lo tuvo al borde de la muerte. Recién arribó a Tucumán en junio de 1874. En esos primeros meses, trazó fuerte amistad con José Fierro, uno de los fundadores del Club Atlético Tucumán, quien lo acompañó hasta los últimos días de su vida.
Con esta primera columna, pretendemos abandonar por un rato los avatares de la pandemia del coronavirus, o lo que sucede en la política municipal, provincial o nacional. ¡Ojo! Lo dejamos por un rato no más. Groussac, y Avellaneda, por supuesto, fueron dos grandes exponentes de Tucumán. El primero, de origen europeo, “utilizó”, permítanme el término, al “Jardín de la República” como trampolín para su carrera en el mundo de la educación y de la letras, pues después desembarcó en la dirección de la Biblioteca Nacional. Allí desarrollaría su labor más importante. El propio Jorge Luis Borges se encargó de brindar conferencias sobre su figura. En Tucumán, el historiador Carlos Páez de la Torre (h) elaboró un libro sobre Groussac. De Avellaneda, ¿qué podemos decir? Fue el primer presidente de origen tucumano. Sin lugar a dudas, uno de los baluartes de nuestra historia.