Dejemos de lado, por un rato, la invasión de la Federación Rusa en Ucrania, o los avatares del Gobierno nacional para llevar al Congreso el principio de entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI). A pesar de su aprobación, así lo confirmaron ambas partes, todavía no fue enviado al Parlamento, tal vez, mientras escribo estas líneas, esté ocurriendo, o cuando el lector se adentre en este artículo, haya sucedido. Al margen de los dimes y diretes de la política nacional (e internacional) demos paso a lo que la historia, tucumana, por cierto, nos dejó como reflexión. En este caso, el relato del fusilamiento de Manuel Dorrego en ojos de Gregorio Aráoz de La Madrid, uno de sus grandes amigos.
Empecemos por lo básico, Dorrego fue gobernador de la provincia de Buenos Aires en dos oportunidades. Se trataba de un federal acérrimo, demócrata y siempre republicano, frente a las tendencias monárquicas y unitarias. Sus gobernaciones se distinguieron por la Ley de Libertad de Imprenta, la abolición del curso forzoso del papel moneda y la ratificación del Tratado de Paz con Brasil, que reconoció la independencia de Uruguay (Pelliza, 1981, p. 32). Fue capturado por el general Juan Lavalle durante la batalla de Laguna de Navarro. Este, quien se desempeñaba como gobernador del territorio bonaerense, ordenó que lo fusilaran inmediatamente en su campamento un 13 de diciembre de 1828. Desde ese día, el exmandatario se convirtió en un mártir de la causa federal.
La Madrid, en tanto, era un militar tucumano, acompañó al general Manuel Belgrano en las batallas de Tucumán (24 de septiembre de 1812) y de Salta (20 de febrero de 1813). También participó en las recordadas derrotas en Vilcapugio y Ayohuma. La relación con Dorrego nació durante la primera gobernación de éste último. El tucumano respaldó el nombramiento del bonaerense como titular del Poder Ejecutivo provincial. Sin embargo, todo se vino abajo cuando después de haber sido malherido en una batalla ante Horacio Quiroga (1827), Manuel Dorrego no lo ayudó, por lo que estuvo presente en los acontecimientos del apresamiento y ajusticiamiento sin juicio previo de éste por Lavalle. Falleció en 1857 en la provincia de Buenos Aires.
Tal como narra el propio La Madrid en sus Memorias, Manuel Dorrego fue apresado por el teniente coronel Bernardino Escribano y el mayor Mariano Acha en Navarro, “dos oficiales supuestamente leales”. El bonaerense fue llevado entregado a Lavalle. Antes de llegar a Navarro, el exgobernador le escribió una carta en el que le pedía al tucumano que lo visitara en su campamento. El exmandatario norteño tenía sus reparos en el pedido de Dorrego, pues, como dijimos, no había sido bientratado por este en su regreso a la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, aceptó la solicitud, porque se trataba de “un jefe valiente, que había prestado servicios importantes en la guerra de nuestra independencia, y, en fin, que era mi compadre, además” (La Madrid, 2016, p. 355).
Dentro del birlocho (coche tirado por caballos) en el que se encontraba Dorrego, éste le pidió que fuera a ver al propio Lavalle y que lo convenciera de que le permitiera entrevistarlo a fin de que se evitara la “efusión de sangre” (La Madrid, 2016, p. 355). El general unitario se lo negó, a pesar de la insistencia de La Madrid. “¡No quiero verlo ni oírlo un momento!”, fue la respuesta de Juan Lavalle. En este momento, el prócer tucumano se dirige a los lectores con la siguiente reflexión: “[…] Sentí sobre mi corazón en aquel momento el no haberme encontrado fuera cuando la revolución. Y mucho más, el verme en aquel momento al servicio de un hombre tan vano y poco considerado. Salí desagradado […]” (La Madrid, 2016, p. 355). Cómo tomó la noticia el propio Manuel Dorrego.
“¡Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme! Asegúrele usted que estoy pronto a salir del país; a escribir a mis amigos de las provincias que no tomen parte alguna por mí, al ministro inglés y al señor Forbes, norteamericano, que no trepide en dar este paso por el país mismo”, respondió (La Madrid, 2016, p. 355). “[…] Nada temo, sino las desgracias que sobrevendrían al país” (La Madrid, 2016, p. 355), agregó tras un breve intercambio con el propio La Madrid. A los pocos minutos de esta conversación, el General Lavalle le anunció al tucumano que fusilarían a Manuel Dorrego. “Me quedé frío”. “¡No lo quiero!”, respondió el unitario ante el insistente pedido del General La Madrid sobre que se deje entrevistar por el exgobernador de la provincia de Buenos Aires.
Dorrego le pidió a La Madrid que lo acompañara cuando lo sacaran al patíbulo. “[…] Quiero darle un abrazo al morir […]”, lanzó el exmandatario bonaerense. El tucumano se negó. “[…] El valor [de acompañarlo] me falta y no tengo corazón para verlo en ese trance. ¡Abracémonos aquí y Dios le dé resignación!” (La Madrid, 2016, p. 358), manifestó el prócer norteño. Luego, completó: “[…] Marché derecho a mi alojamiento, dejando ya el cuadro formado. Nada vi de lo que pasó después, ni podía aún creer lo que había visto. ¡La descarga me estremeció, y maldije la hora en que me había prestado a salir de Buenos Aires” (La Madrid, 2016, p. 358). Según La Madrid, la decisión de Lavalle “fue arbitraria y antipolítico, y, quizás, el que enardeció todos los ánimos y el que nos ha conducido a todos los argentinos, al mísero y degradante estado de ser pisoteados por el más bárbaro e inmoral de todos los tiranos” (La Madrid, 2016, p. 359).