“¿Qué estás buscando? Si está celoso de ver un conjunto aterrador de males y horrores, lo ha encontrado” (Sarmiento, 1947, p. 193), dice la frase de William Shakespeare elegida por Domingo Faustino Sarmiento para iniciar su relato sobre los avatares sufridos por Facundo Quiroga en Oncativo. Vale aclarar que ésta, es una batalla en la que el caudillo riojano, sí, hablamos de “Facundo”, uno de los textos más importantes de la historia argentina, perdió contra el General José María Paz en 1830. No era el primer enfrentamiento entre ambos, habían chocado en La Tablada días antes. De todos modos, no nos referiremos al conflicto per se, sino de una curiosa situación que vivió Quiroga en Tucumán y que relató el expresidente.
Creo que quedó claro la importancia del “Jardín de la República” en la conformación del país. No solamente se firmó la Independencia en 1816 en este territorio, sino también fue el escenario en el que los personajes más destacados de nuestra historia se hicieron presente. Luego de la derrota en Córdoba, “El Tigre de los Llanos”, como se conocía al propio Quiroga, huyó a La Rioja. Desde allí, conformó un ejército con el objetivo de regresar a la provincia mediterránea en búsqueda de venganza. Tras sembrar el terror en La Rioja, San Juan y Mendoza, se apersonó en Tucumán, donde mantuvo un encuentro casual con un andaluz un poco “achispado”, según indicó Sarmiento en un ensayo publicado en 1845, treinta años antes de su llegada a la Presidencia.
“¿Dónde está el general?”, le pregunta un andaluz que se ha achispado un poco, para salir con honor del lance. “Ahí dentro, ¿Qué se le ofrece?”. “Vengo a pagar cuatrocientos mil pesos que me ha puesto de contribución…¡Cómo no le cuesta nada a ese animal!”. ¿Conoce, patrón, al general? “Ni quiero conocerlo, ¡forajido!”. “Pase adelante; tomemos un trago de caña”. Más avanzado estaba este original diálogo, cuando un ayudante se presenta, y dirigiéndose a uno de los interlocutores: “Mi general…”, le dice, “Mi general”… -repite el andaluz abriendo un palmo de boca-. “Pues qué… ¿sois vos el general?…¡Canario! Mi general -continúa hincándose de rodillas-, soy un pobre diablo, pulpero…,¡qué quiere V. S.!… me arruina…, pero el dinero está pronto…” (Sarmiento, 1947, p. 202).
Tras esta situación -narra Sarmiento- Facundo Quiroga se echa a reír, lo levanta, lo tranquiliza y le entrega su contribución tomando sólo doscientos pesos prestados, que le devuelve religiosamente más tarde. La anécdota no quedó ahí, pues el expresidente de la Nación recordó que dos años después, un mendigo paralítico le gritaba en Buenos Aires: “Adiós, mi general, soy el andaluz de Tucumán, estoy paralítico”. “El Tigre de los Llanos” le dio seis onzas. Párrafos después, Domingo Faustino Sarmiento realiza una brillante reflexión: “Aun en los caracteres históricos más negros, hay siempre una chispa de virtud que alumbra por momentos y se oculta (…) ¿Por qué no ha de hacer el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones?” (Sarmiento, 1947, p. 203).